En la obra Las flores del mal, de Charles Baudelaire, se encuentra un poema, que en lo personal me fascina, por ser de un romanticismo tan obscuro, tanto genio para transmitir a través de este bello poema el amor que profesa por Jeanne Duval, su adorada y hermosa mulata, amorío que fue desaprobado y escandalizó a la sociedad de París. Los dejo, pues, con Canción de siesta.
LVII CANCIÓN DE SIESTA
Aunque esas cejas malignas
te den un extraño aire
-bruja de ojos tentadores-
que no es, por cierto, el de un ángel,
Te adoro, ¡oh frívola mía,
mi pasión inconfesable!,
con la misma devoción
que a un ídolo hay que adorarle.
Dan el desierto y la selva
a tu pelo olor salvaje;
tu frente, tus actitudes
son un enigma inviolable.
Tu carne un perfume exhala
como un sahumerio fragante;
ninfa tenebrosa y cálida,
como la noche, adorable.
¡Ah! No existe ningún filtro
que a tu pereza se iguale.
¡Los muertos revivirían
si tú los acariciases!
De tus pechos se enamoran
esas caderas sensuales;
Los cojines soliviantas
con tus desperezos suaves.
Rabiosa de amor, a veces
precisas para calmarte,
misteriosa y grave a un tiempo,
el morderme y el besarme.
Me hieres, mi morena,
con un fingido desaire.
Son cual la luna tus ojos
en mi corazón posándose.
Bajo tu chapín de raso
y tus pies incomparables
pongo mi dicha, mi genio,
Pongo mi destino…, ¡ámame!
A mi alma sólo la curan
luz y color de tu imagen,
tú que en mi Siberia eres
el fuego a que calentarse.
Aunque esas cejas malignas
te den un extraño aire
-bruja de ojos tentadores-
que no es, por cierto, el de un ángel,
Te adoro, ¡oh frívola mía,
mi pasión inconfesable!,
con la misma devoción
que a un ídolo hay que adorarle.
Dan el desierto y la selva
a tu pelo olor salvaje;
tu frente, tus actitudes
son un enigma inviolable.
Tu carne un perfume exhala
como un sahumerio fragante;
ninfa tenebrosa y cálida,
como la noche, adorable.
¡Ah! No existe ningún filtro
que a tu pereza se iguale.
¡Los muertos revivirían
si tú los acariciases!
De tus pechos se enamoran
esas caderas sensuales;
Los cojines soliviantas
con tus desperezos suaves.
Rabiosa de amor, a veces
precisas para calmarte,
misteriosa y grave a un tiempo,
el morderme y el besarme.
Me hieres, mi morena,
con un fingido desaire.
Son cual la luna tus ojos
en mi corazón posándose.
Bajo tu chapín de raso
y tus pies incomparables
pongo mi dicha, mi genio,
Pongo mi destino…, ¡ámame!
A mi alma sólo la curan
luz y color de tu imagen,
tú que en mi Siberia eres
el fuego a que calentarse.
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