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sábado, 13 de septiembre de 2014

LVII Canción de siesta

En la obra Las flores del mal, de Charles Baudelaire, se encuentra un poema, que en lo personal me fascina, por ser de un romanticismo tan obscuro, tanto genio para transmitir a través de este bello poema el amor que profesa por Jeanne Duval, su adorada y hermosa mulata, amorío que fue desaprobado y escandalizó a la sociedad de París. Los dejo, pues, con Canción de siesta.


LVII CANCIÓN DE SIESTA

Aunque esas cejas malignas
te den un extraño aire
-bruja de ojos tentadores-
que no es, por cierto, el de un ángel,

Te adoro, ¡oh frívola mía,
mi pasión inconfesable!,
con la misma devoción
que a un ídolo hay que adorarle.

Dan el desierto y la selva
a tu pelo olor salvaje;
tu frente, tus actitudes
son un enigma inviolable.

Tu carne un perfume exhala
como un sahumerio fragante;
ninfa tenebrosa y cálida,
como la noche, adorable.

¡Ah! No existe ningún filtro
que a tu pereza se iguale.
¡Los muertos revivirían
si tú los acariciases!

De tus pechos se enamoran
esas caderas sensuales;
Los cojines soliviantas
con tus desperezos suaves.

Rabiosa de amor, a veces
precisas para calmarte,
misteriosa y grave a un tiempo,
el morderme y el besarme.

Me hieres, mi morena,
con un fingido desaire.
Son cual la luna tus ojos
en mi corazón posándose.

Bajo tu chapín de raso
y tus pies incomparables
pongo mi dicha, mi genio,
Pongo mi destino…, ¡ámame!

A mi alma sólo la curan
luz y color de tu imagen,
tú que en mi Siberia eres
el fuego a que calentarse.

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