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sábado, 13 de septiembre de 2014

Exilio

El sereno de la púrpura puesta del sol
entró por la ventana
de la habitación,
a la orilla del llanto
de la ciudad,
camino a hiedra venenosa
y dulce sufrimiento.

Las luciérnagas y los grillos danzaban
en el obscuro llano
que daba al inmenso y aventurado firmamento,
gastada ropa,
gastados zapatos,
malos pensamientos,
batos en la obscuridad,
brasas
y constante bronca.

Esperé el llamado
de la oculta hierba,
para descifrar
el encanto de las terribles madrugadas
que cercenaban mi cuello
al ras de las pesadas y frías gotas de sudor.

Me olvidé de todo
una vez más,
para después
sepultarnos
con nuestras lenguas
y escapar con el frágil eco
de tu aliento.

Al encontrarte
en el fracturado templo de la niebla,
refugio de un cansado rostro,
aquel que aún poseía
algo de vida
para mí.
Besándote eternamente
bajo las crudas notas del exilio.

Por Antonio Devadip

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