La muerte está ahí, acechándonos como depredador a su presa, lista para saltar sobre nosotros y tocarnos con su helado tacto. A donde sea que vayamos va siempre detrás, esperando el menor descuido para tomarnos por sorpresa, y, otras tantas dejando mensajes esporádicos de su próxima llegada, a través de un malestar o padecimiento. Y sin embargo el rozagante de salud y juventud no repara en ello. Y aunque muchos se pierdan en el gozo de la salud y la dicha de la juventud, sumergidos en un mundo materialista y postergando esta preocupación para la vejez, o sintiéndose conformes con lo que les promete alguna religión, la angustia no merma, sigue ahí haciendo eco en nuestra mente como el tic tac de un reloj que marca una cuenta regresiva.
Cualquiera de nosotros al pensar en ello sentimos la angustia de manera distinta, posiblemente como la comprensión de aquello que parece ser una ley que escapa a nuestro entendimiento y que marca un destino inevitable para todos. Podemos creer o no en lo que nos convenga respecto al fin de nuestra vida, trátese de un viaje de nuestra alma hacia el lugar que determine una fuerza superior; así también, como la visión de un ciclo interminable en el que nacer y morir no son cosas distintas, y donde nuestra alma no tiene ningún destino en algún otro plano de la existencia (y pensar que esto en sí ya representa un problema, pues el hecho de encontrarnos con la nada ya supone una inquietante angustia). Sin embargo, además de estas dos ideas existe una más que nos habla sobre un principio y un fin para todas las cosas en el universo; pero, que a su vez, nos habla de un retorno donde lo único que prevalece como inmutable e imperecedero es esta ley cósmica alimentada por una energía universal.
Es precisamente esta última idea de la que quiero partir. No es mi propósito hablar de la muerte de acuerdo a conceptos o ideas contemporáneas siguiendo una cadena de divagaciones, o peor aún, sobreexplotando temas de tradiciones de las que ya hemos escuchado en repetidas ocasiones durante el mes de noviembre. Prefiero hablar un poco de algo de lo que humildemente sé y me apasiona para conducir este texto hacia algo diferente y rumbo a un pasado remoto.
Sumeria es una milenaria civilización quizás no tan popular como podría ser la egipcia, la hindú o alguna otra de Mesoamérica, pero que, sin embargo, resulta interesante conocer un poco de ella, ya que es nombrada la cuna de la civilización. Así también resulta interesante indagar sobre el concepto que se tenía de la muerte en su religión, dentro de esta ley universal del eterno retorno. Por último, para volver al tema esencial, la angustia, haré mención de una historia que lleva el sello de esta antigua y casi olvidada civilización. La epopeya de Gilgamesh. Un soberano de la ciudad de Uruk, quien después de algunas peripecias comenzó a comprender lo efímero de la vida y decidió trascender haciendo de su nombre un nombre eterno.
Seis mil años antes de nuestra era tuvo lugar el nacimiento de la más antigua civilización de la historia humana, Sumeria. Entre los ríos Tigris y Éufrates, una serie de poblaciones habrían de transformarse en las ciudades más antiguas del mundo. Una zona que fue conocida por los antiguos griegos como Mesopotamia (país entre ríos). Sus principales dioses se encuentran divididos en dos triadas: An (Cielo), es el dios principal, seguido de Enlil (Aire), considerado el caudillo de los dioses y por último en esta primera triada, se encuentra Enki (Tierra), un dios bondadoso y sabio, guardián de las aguas primordiales Ab-zu. En la segunda triada encontramos a Zu-en, quien tiene por símbolo la Luna, Ud quien es representado por el Sol, y finalmente, la diosa Innana quien tiene por símbolo la estrella de la mañana, Venus (podemos encontrar estos mismos dioses con algunas variaciones que van desde los nombres, hasta algunas de sus características en la religión babilónica).
La religión sumeria consistía en que los dioses se encontraban muy próximos a los hombres, llevando como ellos un papel definido que desempeñar en un determinado sector de acuerdo a su naturaleza, quedando a merced de las incidencias del destino, sean estas buenas o malas. Dicho en otras palabras, debía haber una concordancia entre el plano divino y el humano. Los dioses desempeñan su papel para llevar el orden y control al mundo para que la vida universal fluya. A su vez, los hombres deben formar una sociedad jerarquizada con una repartición de las tareas y funciones, señalando sobre todo, que nada muere más que para dar nacimiento a otra cosa; incluso los dioses no pueden escapar a este destino.
Antes de comenzar me disculpo con el lector por no nombrar todos los acontecimientos y detallar más los mitos de Innana como el de Gilgamesh. He resumido estos con el propósito de compartir lo que considero de mayor relevancia, pero si alguien se ve interesado en leer completos estos mitos o ver un estudio detallado de los mismos, dejaré al final algunos de libros que podrían servir como referencia.
Un mito que ejemplifica a la perfección la visión sumeria del eterno retorno, es el descenso de Innana. La diosa un día decide descender al reino de los muertos, lugar donde reside su hermana Ereshkigal, para tomar el gobierno de dicho lugar. Para ingresar al mundo de los muertos, la diosa debe despojarse de todo lo que lleva y acatar las órdenes que rigen ese lugar. De nada le vale protestar, puesto que su palabra no tiene valor en un lugar que no le corresponde.
Una vez estando frente a su hermana, Ereshkigal dirige hacia ella la “mirada de muerte”, porque ningún viviente, aunque sea divino, puede estar como tal en la tierra de los muertos, por lo tanto, debe morir para tener la condición que amerita el lugar. Innana, antes de partir a la morada de los muertos, pidió a su mensajero que después de determinado tiempo, si ella no volviese, que diera señal a los demás dioses de que algo le había ocurrido. El mensajero al darse cuenta de la prolongada ausencia de la diosa, invoca a los dioses superiores para sacarla de ese lugar. Los dioses se percatan de que la diosa pretendía tomar un lugar que no le correspondía: cada dios, como cada hombre, debe ocuparse de las tareas que le fueron asignadas. Enki, dios de la sabiduría, interviene por ella y Ereshkigal acepta liberar a su hermana; pero a cambio pide a alguien que ocupe su lugar. Innana en un comienzo no sabe quién podría ocupar su lugar; sin embargo, una vez llegando al cielo, se da cuenta que su esposo, el dios Dumuzid, se había estado divirtiendo en su ausencia, por lo que en un signo de despecho decide que quien debe ocupar su lugar es su esposo. Dumuzid, el dios que muere y renace, símbolo del eterno retorno.
Al llegar al mundo inferior, el dios recibe por parte de Innana la mirada de muerte, tal y como lo hicieron con su esposa. Con esto, Dumuzid muere pasando a ocupar el lugar que había dejado Innana. La angustia de Dumuzid es insoportable, por ello se le concedió que cada cierto tiempo, volviera al cielo con su esposa Innana. Su destino marca el inicio y fin de los ciclos en la naturaleza con las estaciones del año. El dios que muere y renace debe volver al hogar de su esposa durante la primavera y verano, y regresar al mundo de los muertos en otoño e invierno.
La primavera y verano son épocas en las que florece la vida, hay abundancia y los seres vivos se reproducen en esta época fértil. Mientras que en otoño e invierno todo en la naturaleza parece morir o dormir, tan sólo para esperar el momento de resurgir nuevamente al inicio del siguiente ciclo.
Todo lo mencionado anteriormente está unido en una especie de mecanismo cuya función es repetir los procesos cósmicos que propician la vida en el universo. Las entidades divinas y el ciclo de la vida y la muerte en el eterno retorno, demuestran así, que ni siquiera los dioses escapan a la muerte. En el universo sumerio queda establecido que aquello que se puede nombrar como eterno, se debe interpretar como aquello que tiene una larga duración, y que en un determinado momento llegará su fin.
Otro ejemplo lo encontramos en las celebraciones del Año Nuevo. En ellas encontramos que el tiempo es una regeneración periódica y, constantemente, se lleva a cabo una repetición del acto cósmico de la creación. Se trata de una restauración donde todo año nuevo es volver a tomar el tiempo en su comienzo, es decir, una repetición de la cosmogonía.
Precisamente la celebración que correspondía al año nuevo llamada akitu, se lleva a cabo la narración de un importante mito sobre la creación. En la ceremonia akitu, el rey tenía un papel importante que desempeñar al replicar los actos de las divinidades en la tierra, y era responsable de la regularidad de los ritos de la Naturaleza y del buen estado de la sociedad. El rey tenía la misión de regenerar el tiempo.
Esta ceremonia duraba doce días, durante los cuales se recitaba el poema de la Creación: Enuma elish, en el templo dedicado al dios Marduck. Este dios enfrenta a la serpiente Tiamat y una vez obtenida la victoria se pone fin al caos. Marduck creó el cosmos con los pedazos del cuerpo desmembrado de Tiamat y creó al hombre con la sangre de Kingu, un demonio al cual Tiamat había confiado las Tablas del destino. El ciclo se cerraba por la hierogamia (boda sagrada) del dios con Sarpanitum, hierogamia reproducida por el rey y por una hieródula (prostituta sagrada) en la habitación de la diosa, y al cual correspondía un intervalo de orgía colectiva.
Ahora bien, después de hablar un poco de los dioses y su reflejo en la naturaleza, pasemos al mundo de los hombres, y he de decir que no hombres ordinarios como tal, sino aquellos personajes que se convirtieron en leyenda, inspirando himnos y una historia que quedó escrita en piedra. La epopeya de Gilgamesh es una historia que quedó marcada en la cultura sumeria y fue heredada a los babilonios o acadios, quienes la modificaron en algunos aspectos, dando un sentido distinto o agregando elementos que no se encontraban en la antigua versión, haciéndola más extensa. Pese a estas transformaciones, aún se conserva en la historia un sentimiento de tristeza o melancolía que refleja el sentido pesimista sobre la vida que tenía el mesopotámico.
El texto más completo aunque mutilado del poema de Gilgamesh fue encontrado en las ruinas de Nínive, entre las tablillas de una colección de obras literarias conocida como la Biblioteca de Arsubanipal de Asiria, que reinó del año 668 al 627, a. C.
Como lo dije anteriormente, la historia de este personaje legendario se encuentra truncada en la versión sumeria, por esta razón contaré su historia de acuerdo a la versión extendida acadia-babilónica, para facilitar el entendimiento de quien no haya tenido un encuentro anteriormente con la epopeya y no se sienta familiarizado. Sin embargo, como ya fue comentado, expondré un resumen de la epopeya de Gilgamesh y al final agregaré a modo de bibliografía, un texto en el que se narra la epopeya detalladamente, tanto la versión sumeria como la versión acadia; además de otras leyendas que se cuentan alrededor de este personaje, traducidas directamente del acadio.
En la versión acadia Gilgamesh es visto como un tirano que atormenta a sus súbditos, es por esto que la diosa madre, escuchando las peticiones de los habitantes atormentados de Uruk, decide crear a Enkidu; una especie de hombre salvaje que vive entre los animales en la estepa, hasta que es civilizado y humanizado por las artes del amor de una hieródula o prostituta sagrada. Después de esto, ella lo lleva a la ciudad de Uruk donde se enfrenta a Gilgamesh. En esta batalla nace una amistad entre ambos personajes, convirtiéndose así Enkidu en una especie de otro yo de Gilgamesh. Esta amistad de cierta manera ennoblece al tirano de Uruk, y a manera de canalizar su fuerza decide marcharse con su amigo en busca de aventuras al Bosque de los Cedros. En la versión sumeria de la historia es aquí donde el héroe observa cadáveres flotando sobre el río Éufrates y comienza a reflexionar sobre lo efímero de la vida, reflexión que lo lleva a intentar trascender de otra manera: haciendo de su nombre un nombre eterno.
El Bosque de los Cedros es custodiado por un monstruo llamado Humbaba, al cual dan muerte ambos amigos. Gilgamesh regresa a su ciudad, engrandecido y arrogante, vitoreado por la multitud, a tal punto que rechaza a la diosa Ishtar (Innana), quien estaba fascinada por la belleza del héroe y a quien había ofrecido sus favores amorosos.
La diosa, herida en su orgullo, acude al dios Anu (An), padre de los dioses, quien cede al capricho de la diosa y crea un Toro del Cielo para castigar al insolente Gilgamesh. Sin embargo, el toro es destruido por éste y su fiel amigo Enkidu. Esta hazaña causa una ofensa y un desafío al poder divino, por lo que el dios Enlil decreta que Enkidu debe morir.
Una enfermedad cae sobre Enkidu, quien a través de los sueños le es revelada su muerte como un presagio. Gilgamesh sufre la agonía de su amigo como si fuese propia, y una vez que Enkidu muere, le llora durante nueve días frente a su cadáver, hasta que ve caer gusanos de su nariz. Es en este momento donde cae en cuenta que él mismo algún día habrá de morir; ya no es el soberano arrogante y fuerte, ahora se siente indefenso y frágil ante la delicadeza de la vida. El impacto que causó en él la escena de los gusanos cayendo de la nariz de su compañero, lo lleva al borde de la desesperación y a una obsesión hacia la muerte.
Rebelado contra su destino, emprende un viaje hasta el fin del mundo para encontrarse con un hombre que sobrevivió al diluvio, y a quien le fue otorgado el don de la vida sin fin; este hombre es el Noé sumerio, Utanapíshtim. Gilgamesh cruza las montañas que sostienen la bóveda celeste y cruza el océano cósmico hasta su encuentro con el héroe del diluvio. Utanapíshtim le explica que el hombre por naturaleza es un ser intrascendente, limitado, mortal. Lo que sucedió con Utanapíshtim (nombre sumerio Zi-ud-sud.du “Vida de días muy largos”) y su adquerimiento de una vida sin fin, se encuentra en el hecho de que siendo el hombre que salvó a la humanidad durante el diluvio, los dioses se reunieron y optaron por darle ese premio. Esto es precisamente lo que le dice a Gilgamesh, y termina por preguntarle “¿Quién reuniría a los dioses para que encuentres la vida que tú buscas?” (Tablilla XI). Los dioses tenían un motivo para apremiar al sobreviviente del diluvio, y a Gilgamesh no le valía el hecho de tener sangre divina para ser apremiado de igual manera. Como prueba de ello, Utanapíshtim le ofrece un reto al soberano de Uruk, que consiste en evitar dormir durante seis días y siete noches. Prueba a la que sucumbió Gilgamesh cayendo dormido; siendo el sueño la imagen y preámbulo a la muerte. Como premio de consolación, Utanapíshtim le ofrece una alternativa, le revela el secreto de la eterna juventud: una planta que éste arranca de las aguas subterráneas. Pero Gilgamesh, mientras se bañaba en una poza de aguas frescas cuando regresaba a su ciudad natal, pierde la planta al ser robada por la Serpiente Primordial. Es casi indescriptible la angustia que embarga al héroe después del hurto de la serpiente. Ésta, al devorar la planta, obtiene el don de la eterna juventud, por lo que cada cierto tiempo muda de piel.
Después de estos acontecimientos, regresa a Uruk un hombre que lejos está de ser aquel personaje altivo, arrogante y orgulloso de su sangre divina. He de mencionar que era una especie de mestizo, hijo de una diosa y de un hombre común, y posiblemente por esto se creía con el derecho de poseer el don de la vida sin fin, como el héroe del diluvio, pues ¿no es acaso la inmortalidad una característica de los seres divinos? Y ¿cómo podía un ser semidivino temer a la muerte? Las respuestas son obvias, la cosmogonía sumeria así lo marca; aquello que se hace llamar eterno no es más que algo de una prolongada vida, que, comparada con la vida de los hombres y de acuerdo a su percepción del tiempo, pareciera eterna. Por ello Gilgamesh no tuvo otra opción que volver a Uruk y su obra humana, para gobernar con sabiduría y justicia hasta el fin de sus días.
La bella historia de Gilgamesh que cautivó por generaciones a los mesopotámicos, nos ofrece una problemática que incomoda al hombre hasta nuestros días, pese a que en la actualidad algunas religiones ya han solucionado este problema como el cristianismo, que ofrece una vida feliz y eterna en el más allá. Sin embargo, la angustia y el miedo prevalecen. La incertidumbre sobre lo que hay o no hay después de la muerte acongoja, pese al intento de trascender con nuestras acciones, ese destino se encuentra patente aguardándonos: “El hombre no puede escapar a la muerte”.
“¿Por qué Gilgamesh, te has dejado invadir por la ansiedad…?
Has perdido el sueño, ¿qué has sacado?
En tus insomnios te has agotado.
Tus carnes están llenas de ansiedad.
Haces que tus días se acerquen a su fin.
La humanidad lleva por nombre
como caña de cañaveral se quiebra.
Se quiebra aun el joven lleno de salud, aun la joven llena de salud.
No hay quien haya visto la muerte.
A la muerte nadie le ve la cara.
A la muerte nadie le ha oído la voz.
Pero cruel quiebra la muerte a los hombres.
¿Por cuánto tiempo construimos una casa?
¿Por cuánto tiempo sellamos los contratos?
¿Por cuánto tiempo los hermanos comparten lo heredado?
¿Por cuánto tiempo perdura el odio en la tierra?
¿Por cuánto tiempo sube el río y corre su crecida?
Las efímeras que van a la deriva del río,
apenas sus caras ven la cara del sol,
cuando pronto no queda ya ninguna.
¿No son acaso semejantes el que duerme y el muerto?
¿No dibujan acaso la imagen de la muerte?
En verdad, el primer hombre era ya su prisionero…
Los Annunaki, los grandes dioses,
reunidos en consejo…
determinaron la muerte y la vida.
Pero de la muerte
no se ha de conocer el día.” (Fragmento Tablilla X)
La incertidumbre que el ser humano siente hacia cualquier suceso y objeto desconocido, la no certeza de lo que viene, el no hallar el modo de comprobar que al partir de este mundo tendremos una nueva oportunidad de enmendar nuestros errores, no tener el tiempo suficiente para hacer todo aquello que hubiéramos deseado, derivado de las incidencias que la vida trae consigo, el despedirnos de seres con los que hemos creado lazos tan fuertes y pensar que nunca más les veremos, el simplemente desaparecer, llegar al Olvido de nuestra existencia. Es tal vez por cuestionamientos como estos, que el ser humano a través de la historia busque desde desarrollos tecnológicos-científicos que prolonguen la vida, hasta la búsqueda de las míticas fuentes de la vida eterna. Este deseo de la prolongación de la vida se ve plasmado en distintas formas de arte. Si observamos nuestro entorno, nos daremos cuenta que el eterno ciclo de la vida y la muerte está ahí, trascendiendo el tiempo y el espacio, como si se expandiera infinitamente, a la vez que se contrae. Y es que el hablar de muerte sin hablar de la vida resulta un tanto complicado, son estos puntos críticos en los que el ser humano resulta en un proceso de introspección infinito, en el que a menudo suele encontrar un sentido trascendente a su vida… “Los hombres viven obsesionados por la inmensidad de lo eterno, por eso nos preguntamos, ¿tendrán eco nuestros actos con el devenir de los siglos? ¿Recordarán nuestros nombres los que no nos conocieron cuando ya no estemos? ¿Se preguntarán quién éramos, la valentía que demostrábamos en la batalla o lo apasionados que fuimos en el amor?”.
Sin embargo, no siempre la muerte ha sido un cuestionamiento tan trágico, porque la muerte es vista también por diversos grupos como un paso más hacia la complementación de los ciclos vida/muerte que el ser humano está experimentando, eso da cabida a un sentimiento de esperanza; dado que se guarda muy dentro la “certeza” de que al morir tendremos algún lugar no físico al cual ir, y en el cual seguir nuestra experiencia espiritual. Esto nos hace sentir (en general) reconfortados.
Por Laura Ochoa
Bibliografía
Cualquiera de nosotros al pensar en ello sentimos la angustia de manera distinta, posiblemente como la comprensión de aquello que parece ser una ley que escapa a nuestro entendimiento y que marca un destino inevitable para todos. Podemos creer o no en lo que nos convenga respecto al fin de nuestra vida, trátese de un viaje de nuestra alma hacia el lugar que determine una fuerza superior; así también, como la visión de un ciclo interminable en el que nacer y morir no son cosas distintas, y donde nuestra alma no tiene ningún destino en algún otro plano de la existencia (y pensar que esto en sí ya representa un problema, pues el hecho de encontrarnos con la nada ya supone una inquietante angustia). Sin embargo, además de estas dos ideas existe una más que nos habla sobre un principio y un fin para todas las cosas en el universo; pero, que a su vez, nos habla de un retorno donde lo único que prevalece como inmutable e imperecedero es esta ley cósmica alimentada por una energía universal.
Es precisamente esta última idea de la que quiero partir. No es mi propósito hablar de la muerte de acuerdo a conceptos o ideas contemporáneas siguiendo una cadena de divagaciones, o peor aún, sobreexplotando temas de tradiciones de las que ya hemos escuchado en repetidas ocasiones durante el mes de noviembre. Prefiero hablar un poco de algo de lo que humildemente sé y me apasiona para conducir este texto hacia algo diferente y rumbo a un pasado remoto.
Sumeria es una milenaria civilización quizás no tan popular como podría ser la egipcia, la hindú o alguna otra de Mesoamérica, pero que, sin embargo, resulta interesante conocer un poco de ella, ya que es nombrada la cuna de la civilización. Así también resulta interesante indagar sobre el concepto que se tenía de la muerte en su religión, dentro de esta ley universal del eterno retorno. Por último, para volver al tema esencial, la angustia, haré mención de una historia que lleva el sello de esta antigua y casi olvidada civilización. La epopeya de Gilgamesh. Un soberano de la ciudad de Uruk, quien después de algunas peripecias comenzó a comprender lo efímero de la vida y decidió trascender haciendo de su nombre un nombre eterno.
Seis mil años antes de nuestra era tuvo lugar el nacimiento de la más antigua civilización de la historia humana, Sumeria. Entre los ríos Tigris y Éufrates, una serie de poblaciones habrían de transformarse en las ciudades más antiguas del mundo. Una zona que fue conocida por los antiguos griegos como Mesopotamia (país entre ríos). Sus principales dioses se encuentran divididos en dos triadas: An (Cielo), es el dios principal, seguido de Enlil (Aire), considerado el caudillo de los dioses y por último en esta primera triada, se encuentra Enki (Tierra), un dios bondadoso y sabio, guardián de las aguas primordiales Ab-zu. En la segunda triada encontramos a Zu-en, quien tiene por símbolo la Luna, Ud quien es representado por el Sol, y finalmente, la diosa Innana quien tiene por símbolo la estrella de la mañana, Venus (podemos encontrar estos mismos dioses con algunas variaciones que van desde los nombres, hasta algunas de sus características en la religión babilónica).
La religión sumeria consistía en que los dioses se encontraban muy próximos a los hombres, llevando como ellos un papel definido que desempeñar en un determinado sector de acuerdo a su naturaleza, quedando a merced de las incidencias del destino, sean estas buenas o malas. Dicho en otras palabras, debía haber una concordancia entre el plano divino y el humano. Los dioses desempeñan su papel para llevar el orden y control al mundo para que la vida universal fluya. A su vez, los hombres deben formar una sociedad jerarquizada con una repartición de las tareas y funciones, señalando sobre todo, que nada muere más que para dar nacimiento a otra cosa; incluso los dioses no pueden escapar a este destino.
Antes de comenzar me disculpo con el lector por no nombrar todos los acontecimientos y detallar más los mitos de Innana como el de Gilgamesh. He resumido estos con el propósito de compartir lo que considero de mayor relevancia, pero si alguien se ve interesado en leer completos estos mitos o ver un estudio detallado de los mismos, dejaré al final algunos de libros que podrían servir como referencia.
Un mito que ejemplifica a la perfección la visión sumeria del eterno retorno, es el descenso de Innana. La diosa un día decide descender al reino de los muertos, lugar donde reside su hermana Ereshkigal, para tomar el gobierno de dicho lugar. Para ingresar al mundo de los muertos, la diosa debe despojarse de todo lo que lleva y acatar las órdenes que rigen ese lugar. De nada le vale protestar, puesto que su palabra no tiene valor en un lugar que no le corresponde.
Una vez estando frente a su hermana, Ereshkigal dirige hacia ella la “mirada de muerte”, porque ningún viviente, aunque sea divino, puede estar como tal en la tierra de los muertos, por lo tanto, debe morir para tener la condición que amerita el lugar. Innana, antes de partir a la morada de los muertos, pidió a su mensajero que después de determinado tiempo, si ella no volviese, que diera señal a los demás dioses de que algo le había ocurrido. El mensajero al darse cuenta de la prolongada ausencia de la diosa, invoca a los dioses superiores para sacarla de ese lugar. Los dioses se percatan de que la diosa pretendía tomar un lugar que no le correspondía: cada dios, como cada hombre, debe ocuparse de las tareas que le fueron asignadas. Enki, dios de la sabiduría, interviene por ella y Ereshkigal acepta liberar a su hermana; pero a cambio pide a alguien que ocupe su lugar. Innana en un comienzo no sabe quién podría ocupar su lugar; sin embargo, una vez llegando al cielo, se da cuenta que su esposo, el dios Dumuzid, se había estado divirtiendo en su ausencia, por lo que en un signo de despecho decide que quien debe ocupar su lugar es su esposo. Dumuzid, el dios que muere y renace, símbolo del eterno retorno.
Al llegar al mundo inferior, el dios recibe por parte de Innana la mirada de muerte, tal y como lo hicieron con su esposa. Con esto, Dumuzid muere pasando a ocupar el lugar que había dejado Innana. La angustia de Dumuzid es insoportable, por ello se le concedió que cada cierto tiempo, volviera al cielo con su esposa Innana. Su destino marca el inicio y fin de los ciclos en la naturaleza con las estaciones del año. El dios que muere y renace debe volver al hogar de su esposa durante la primavera y verano, y regresar al mundo de los muertos en otoño e invierno.
La primavera y verano son épocas en las que florece la vida, hay abundancia y los seres vivos se reproducen en esta época fértil. Mientras que en otoño e invierno todo en la naturaleza parece morir o dormir, tan sólo para esperar el momento de resurgir nuevamente al inicio del siguiente ciclo.
Todo lo mencionado anteriormente está unido en una especie de mecanismo cuya función es repetir los procesos cósmicos que propician la vida en el universo. Las entidades divinas y el ciclo de la vida y la muerte en el eterno retorno, demuestran así, que ni siquiera los dioses escapan a la muerte. En el universo sumerio queda establecido que aquello que se puede nombrar como eterno, se debe interpretar como aquello que tiene una larga duración, y que en un determinado momento llegará su fin.
Otro ejemplo lo encontramos en las celebraciones del Año Nuevo. En ellas encontramos que el tiempo es una regeneración periódica y, constantemente, se lleva a cabo una repetición del acto cósmico de la creación. Se trata de una restauración donde todo año nuevo es volver a tomar el tiempo en su comienzo, es decir, una repetición de la cosmogonía.
Precisamente la celebración que correspondía al año nuevo llamada akitu, se lleva a cabo la narración de un importante mito sobre la creación. En la ceremonia akitu, el rey tenía un papel importante que desempeñar al replicar los actos de las divinidades en la tierra, y era responsable de la regularidad de los ritos de la Naturaleza y del buen estado de la sociedad. El rey tenía la misión de regenerar el tiempo.
Esta ceremonia duraba doce días, durante los cuales se recitaba el poema de la Creación: Enuma elish, en el templo dedicado al dios Marduck. Este dios enfrenta a la serpiente Tiamat y una vez obtenida la victoria se pone fin al caos. Marduck creó el cosmos con los pedazos del cuerpo desmembrado de Tiamat y creó al hombre con la sangre de Kingu, un demonio al cual Tiamat había confiado las Tablas del destino. El ciclo se cerraba por la hierogamia (boda sagrada) del dios con Sarpanitum, hierogamia reproducida por el rey y por una hieródula (prostituta sagrada) en la habitación de la diosa, y al cual correspondía un intervalo de orgía colectiva.
Ahora bien, después de hablar un poco de los dioses y su reflejo en la naturaleza, pasemos al mundo de los hombres, y he de decir que no hombres ordinarios como tal, sino aquellos personajes que se convirtieron en leyenda, inspirando himnos y una historia que quedó escrita en piedra. La epopeya de Gilgamesh es una historia que quedó marcada en la cultura sumeria y fue heredada a los babilonios o acadios, quienes la modificaron en algunos aspectos, dando un sentido distinto o agregando elementos que no se encontraban en la antigua versión, haciéndola más extensa. Pese a estas transformaciones, aún se conserva en la historia un sentimiento de tristeza o melancolía que refleja el sentido pesimista sobre la vida que tenía el mesopotámico.
El texto más completo aunque mutilado del poema de Gilgamesh fue encontrado en las ruinas de Nínive, entre las tablillas de una colección de obras literarias conocida como la Biblioteca de Arsubanipal de Asiria, que reinó del año 668 al 627, a. C.
Como lo dije anteriormente, la historia de este personaje legendario se encuentra truncada en la versión sumeria, por esta razón contaré su historia de acuerdo a la versión extendida acadia-babilónica, para facilitar el entendimiento de quien no haya tenido un encuentro anteriormente con la epopeya y no se sienta familiarizado. Sin embargo, como ya fue comentado, expondré un resumen de la epopeya de Gilgamesh y al final agregaré a modo de bibliografía, un texto en el que se narra la epopeya detalladamente, tanto la versión sumeria como la versión acadia; además de otras leyendas que se cuentan alrededor de este personaje, traducidas directamente del acadio.
En la versión acadia Gilgamesh es visto como un tirano que atormenta a sus súbditos, es por esto que la diosa madre, escuchando las peticiones de los habitantes atormentados de Uruk, decide crear a Enkidu; una especie de hombre salvaje que vive entre los animales en la estepa, hasta que es civilizado y humanizado por las artes del amor de una hieródula o prostituta sagrada. Después de esto, ella lo lleva a la ciudad de Uruk donde se enfrenta a Gilgamesh. En esta batalla nace una amistad entre ambos personajes, convirtiéndose así Enkidu en una especie de otro yo de Gilgamesh. Esta amistad de cierta manera ennoblece al tirano de Uruk, y a manera de canalizar su fuerza decide marcharse con su amigo en busca de aventuras al Bosque de los Cedros. En la versión sumeria de la historia es aquí donde el héroe observa cadáveres flotando sobre el río Éufrates y comienza a reflexionar sobre lo efímero de la vida, reflexión que lo lleva a intentar trascender de otra manera: haciendo de su nombre un nombre eterno.
El Bosque de los Cedros es custodiado por un monstruo llamado Humbaba, al cual dan muerte ambos amigos. Gilgamesh regresa a su ciudad, engrandecido y arrogante, vitoreado por la multitud, a tal punto que rechaza a la diosa Ishtar (Innana), quien estaba fascinada por la belleza del héroe y a quien había ofrecido sus favores amorosos.
La diosa, herida en su orgullo, acude al dios Anu (An), padre de los dioses, quien cede al capricho de la diosa y crea un Toro del Cielo para castigar al insolente Gilgamesh. Sin embargo, el toro es destruido por éste y su fiel amigo Enkidu. Esta hazaña causa una ofensa y un desafío al poder divino, por lo que el dios Enlil decreta que Enkidu debe morir.
Una enfermedad cae sobre Enkidu, quien a través de los sueños le es revelada su muerte como un presagio. Gilgamesh sufre la agonía de su amigo como si fuese propia, y una vez que Enkidu muere, le llora durante nueve días frente a su cadáver, hasta que ve caer gusanos de su nariz. Es en este momento donde cae en cuenta que él mismo algún día habrá de morir; ya no es el soberano arrogante y fuerte, ahora se siente indefenso y frágil ante la delicadeza de la vida. El impacto que causó en él la escena de los gusanos cayendo de la nariz de su compañero, lo lleva al borde de la desesperación y a una obsesión hacia la muerte.
Rebelado contra su destino, emprende un viaje hasta el fin del mundo para encontrarse con un hombre que sobrevivió al diluvio, y a quien le fue otorgado el don de la vida sin fin; este hombre es el Noé sumerio, Utanapíshtim. Gilgamesh cruza las montañas que sostienen la bóveda celeste y cruza el océano cósmico hasta su encuentro con el héroe del diluvio. Utanapíshtim le explica que el hombre por naturaleza es un ser intrascendente, limitado, mortal. Lo que sucedió con Utanapíshtim (nombre sumerio Zi-ud-sud.du “Vida de días muy largos”) y su adquerimiento de una vida sin fin, se encuentra en el hecho de que siendo el hombre que salvó a la humanidad durante el diluvio, los dioses se reunieron y optaron por darle ese premio. Esto es precisamente lo que le dice a Gilgamesh, y termina por preguntarle “¿Quién reuniría a los dioses para que encuentres la vida que tú buscas?” (Tablilla XI). Los dioses tenían un motivo para apremiar al sobreviviente del diluvio, y a Gilgamesh no le valía el hecho de tener sangre divina para ser apremiado de igual manera. Como prueba de ello, Utanapíshtim le ofrece un reto al soberano de Uruk, que consiste en evitar dormir durante seis días y siete noches. Prueba a la que sucumbió Gilgamesh cayendo dormido; siendo el sueño la imagen y preámbulo a la muerte. Como premio de consolación, Utanapíshtim le ofrece una alternativa, le revela el secreto de la eterna juventud: una planta que éste arranca de las aguas subterráneas. Pero Gilgamesh, mientras se bañaba en una poza de aguas frescas cuando regresaba a su ciudad natal, pierde la planta al ser robada por la Serpiente Primordial. Es casi indescriptible la angustia que embarga al héroe después del hurto de la serpiente. Ésta, al devorar la planta, obtiene el don de la eterna juventud, por lo que cada cierto tiempo muda de piel.
Después de estos acontecimientos, regresa a Uruk un hombre que lejos está de ser aquel personaje altivo, arrogante y orgulloso de su sangre divina. He de mencionar que era una especie de mestizo, hijo de una diosa y de un hombre común, y posiblemente por esto se creía con el derecho de poseer el don de la vida sin fin, como el héroe del diluvio, pues ¿no es acaso la inmortalidad una característica de los seres divinos? Y ¿cómo podía un ser semidivino temer a la muerte? Las respuestas son obvias, la cosmogonía sumeria así lo marca; aquello que se hace llamar eterno no es más que algo de una prolongada vida, que, comparada con la vida de los hombres y de acuerdo a su percepción del tiempo, pareciera eterna. Por ello Gilgamesh no tuvo otra opción que volver a Uruk y su obra humana, para gobernar con sabiduría y justicia hasta el fin de sus días.
La bella historia de Gilgamesh que cautivó por generaciones a los mesopotámicos, nos ofrece una problemática que incomoda al hombre hasta nuestros días, pese a que en la actualidad algunas religiones ya han solucionado este problema como el cristianismo, que ofrece una vida feliz y eterna en el más allá. Sin embargo, la angustia y el miedo prevalecen. La incertidumbre sobre lo que hay o no hay después de la muerte acongoja, pese al intento de trascender con nuestras acciones, ese destino se encuentra patente aguardándonos: “El hombre no puede escapar a la muerte”.
“¿Por qué Gilgamesh, te has dejado invadir por la ansiedad…?
Has perdido el sueño, ¿qué has sacado?
En tus insomnios te has agotado.
Tus carnes están llenas de ansiedad.
Haces que tus días se acerquen a su fin.
La humanidad lleva por nombre
como caña de cañaveral se quiebra.
Se quiebra aun el joven lleno de salud, aun la joven llena de salud.
No hay quien haya visto la muerte.
A la muerte nadie le ve la cara.
A la muerte nadie le ha oído la voz.
Pero cruel quiebra la muerte a los hombres.
¿Por cuánto tiempo construimos una casa?
¿Por cuánto tiempo sellamos los contratos?
¿Por cuánto tiempo los hermanos comparten lo heredado?
¿Por cuánto tiempo perdura el odio en la tierra?
¿Por cuánto tiempo sube el río y corre su crecida?
Las efímeras que van a la deriva del río,
apenas sus caras ven la cara del sol,
cuando pronto no queda ya ninguna.
¿No son acaso semejantes el que duerme y el muerto?
¿No dibujan acaso la imagen de la muerte?
En verdad, el primer hombre era ya su prisionero…
Los Annunaki, los grandes dioses,
reunidos en consejo…
determinaron la muerte y la vida.
Pero de la muerte
no se ha de conocer el día.” (Fragmento Tablilla X)
La incertidumbre que el ser humano siente hacia cualquier suceso y objeto desconocido, la no certeza de lo que viene, el no hallar el modo de comprobar que al partir de este mundo tendremos una nueva oportunidad de enmendar nuestros errores, no tener el tiempo suficiente para hacer todo aquello que hubiéramos deseado, derivado de las incidencias que la vida trae consigo, el despedirnos de seres con los que hemos creado lazos tan fuertes y pensar que nunca más les veremos, el simplemente desaparecer, llegar al Olvido de nuestra existencia. Es tal vez por cuestionamientos como estos, que el ser humano a través de la historia busque desde desarrollos tecnológicos-científicos que prolonguen la vida, hasta la búsqueda de las míticas fuentes de la vida eterna. Este deseo de la prolongación de la vida se ve plasmado en distintas formas de arte. Si observamos nuestro entorno, nos daremos cuenta que el eterno ciclo de la vida y la muerte está ahí, trascendiendo el tiempo y el espacio, como si se expandiera infinitamente, a la vez que se contrae. Y es que el hablar de muerte sin hablar de la vida resulta un tanto complicado, son estos puntos críticos en los que el ser humano resulta en un proceso de introspección infinito, en el que a menudo suele encontrar un sentido trascendente a su vida… “Los hombres viven obsesionados por la inmensidad de lo eterno, por eso nos preguntamos, ¿tendrán eco nuestros actos con el devenir de los siglos? ¿Recordarán nuestros nombres los que no nos conocieron cuando ya no estemos? ¿Se preguntarán quién éramos, la valentía que demostrábamos en la batalla o lo apasionados que fuimos en el amor?”.
Sin embargo, no siempre la muerte ha sido un cuestionamiento tan trágico, porque la muerte es vista también por diversos grupos como un paso más hacia la complementación de los ciclos vida/muerte que el ser humano está experimentando, eso da cabida a un sentimiento de esperanza; dado que se guarda muy dentro la “certeza” de que al morir tendremos algún lugar no físico al cual ir, y en el cual seguir nuestra experiencia espiritual. Esto nos hace sentir (en general) reconfortados.
Por Laura Ochoa
Bibliografía
- Mircea Eliade. El mito del eterno retorno, arquetipos y repetición. Emecé Editores.
- Henri-Charles Puech. Historia de las Religiones. Las Religiones Antiguas Vol.1. Siglo XXI.
- Jorge Silva Castillo. Gilgamesh o la angustia por la muerte, poema babilonio. Colegio de México.
Amé toda la historia. Tenía ciertos conocimientos sobre ello pero simplemente la manera en que lo redactas es fascinante! Felicidades mi pequeña gran amiga!
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