En Guadalajara, que es la sombría y decadente capital de Jalisco, se
encuentra un recinto arquitectónico que ha sobrepasado las barreras del tiempo,
un recinto impregnado de un romanticismo sepulcral, mostrando altivamente sus
impresionantes mausoleos, testigos silenciosos de estilos y formas de épocas
pasadas.
Abordando la calle Belén llegaremos a la antigua calle de las
Catacumbas, hoy Eulogio Parra, que es por donde antiguamente arribaban las
carrozas fúnebres, con un merodeo triste, lánguido, entonando un tenue réquiem
por aquel difunto.
En el vetusto año de 1843 el Cementerio de Santa Paula ve la luz, por
orden del obispo Diego Aranda y Carpinteiro, fusionando una amplia gama de
estilos arquitectónicos, destacando al estilo neo-gótico como el más notable
del recinto; su portada se enmarca con 3 chapiteles que ascienden casi al cielo
mostrando en el friso, una alegoría en el que un arcángel anticuado abandona la
urna de sus cenizas, acompañado de dos párvulos que lloran profusamente.
El interior del camposanto se ve engalanado por dos imponentes
columbarios que constan de 50 arcos fajones, integrados por sobrias columnas
jónicas; ya se ve por aquí el gavetario; por allá la capilla de velación; más
allá el sarcófago se erige como la obra maestra del conjunto, que fungió como
rotonda de los Jaliscienses Ilustres, hasta el año de 1947, integrado por 3
escalinatas que aparentan ascender por las columnas de orden egipcio que en
total son 16; las otras dos escalinatas nos llevan a la cripta o capilla
subterránea que contiene 64 nichos.
En las cuatro dimensiones del mausoleo se presentan efigies que
simbolizan a las plañideras, las cuales cumplen incondicionalmente su labor de
sollozar y darle un toque más melancólico al recinto.
Continuando por los senderos lacrimosos del cementerio encontraremos
monumentos como el mausoleo de la familia Cuervo, que fue construido nada más
ni menos que por el arquitecto Jacobo Gálvez, autor del teatro degollado; un
zócalo resguarda a los cuerpos de la familias, enmarcado por baldaquinos
funerarios que delimitan al capitel ascendiendo en forma de cruz; rodeando cada
fémur encontramos la figura de una calavera que parece ser la vigía estoica del
oscuro mausoleo.
Un mausoleo más del antiquísimo cementerio se erige desde al año de
1855. Éste corresponde a la familia Luna Corcuera, al que también se le
considera capilla de difuntos, por sus magnitudes. Su estilo es neo-gótico
afrancesado, de una elegancia y solemnidad
profusas, decorado de figuras que representan la sabiduría y la muerte,
esbelto con sus finas formas marmóreas que representan la culminación de la
vida, con unas eternas vírgenes sollozantes que guiarán nuestro camino al
destierro eterno.
Otros mausoleos se presentan en el recinto, ya unos albergando
antiguos clérigos, ya otros albergando a revolucionarios; lo cierto es que éste
cementerio es un enorme libro de piedra en el que apreciamos las épocas que
vivió nuestro país, tales como la revolución, la guerra cristera, el
afrancesamiento, entre otras etapas, que reflejándose en las tumbas, terminan
por ser petrificadas historias ataviadas de grises relicarios decorados con
itálicas letras, inertes elegías románticas.
Es en este campo santo, antes llamado Santa Paula, donde se alberga un
semillero de leyendas concebidas en esta ciudad, narraciones que rayan en la
mofa y lo trágico, con tintes melancólicos y tétricos, recinto que sirvió en
sus comienzos como última morada para los tapatíos perseguidos por las
epidemias; éste el antiguo patio de los pobres, hoy un espacio arquitectónico
magnifico, un lugar que trascendió de ser un simple cementerio a ser un espacio
cultural, al que algunos llaman la lápida de Guadalajara.
¡¡¡LARGA VIDA A NUESTRO PANTEÓN DE BELÉN!!!
Por Fernando Salas
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