Brota discreto
uno que otro pelo idiota
regado en la cabellera escasa
del mogollón judicial.
Increíble y vulgar rutina,
común zanja de asfalto,
atrapar una carente vida,
llenar vacios con alcohol y cocaína.
Arrebatar
un pedazo de alegría ajena,
masticarla, y escupirla.
Mezclar con saliva
carente de papilas
y vómito azul uniformado,
bien lustrado,
para tener al pueblo,
reprimido y controlado…
Violar la promiscua noche,
eliminar,
cualquier mancha de evidencia.
Recorrer lo más recóndito
y oscuro del abuso.
Ocultar el llanto de tortura,
ahogar en mares de alcohol,
la conciencia ya sorda,
insensible,
derrapando en tan frágil burbuja
para así, depurar la técnica.
Que importa los caídos,
llevan consigo,
el gafete autorizado,
el zapato bien lustrado,
el mazo de autoridad.
Tráfico de bestias,
perros fieles al silbido,
alistando el ladrido.
Cavernícolas,
con el hueso bajo el brazo,
derramando pena ajena,
acumulando el rencor del karma,
fastidiando al sol,
asaltando a la luna…
Apostando el orgullo y la vida
por un puñado de hijos de puta,
que convirtieron
Avenida Independencia
en callejón sin salida.
Un juego de azar,
contra el hambre de ser alguien.
Ganar el placer momentáneo,
vengarse del puto pasado
a cambio de esclavizar el alma…
Y morir detrás,
de un maldito uniforme,
una y otra vez,
cada día, cada caída.
Mil veces llorar contra el espejo,
y mil veces destrozarlo,
hasta pulverizar
el maldito recuerdo,
la promesa a ti mismo
de ser cualquier cosa
menos un traidor…
Por Christian García.
uno que otro pelo idiota
regado en la cabellera escasa
del mogollón judicial.
Increíble y vulgar rutina,
común zanja de asfalto,
atrapar una carente vida,
llenar vacios con alcohol y cocaína.
Arrebatar
un pedazo de alegría ajena,
masticarla, y escupirla.
Mezclar con saliva
carente de papilas
y vómito azul uniformado,
bien lustrado,
para tener al pueblo,
reprimido y controlado…
Violar la promiscua noche,
eliminar,
cualquier mancha de evidencia.
Recorrer lo más recóndito
y oscuro del abuso.
Ocultar el llanto de tortura,
ahogar en mares de alcohol,
la conciencia ya sorda,
insensible,
derrapando en tan frágil burbuja
para así, depurar la técnica.
Que importa los caídos,
llevan consigo,
el gafete autorizado,
el zapato bien lustrado,
el mazo de autoridad.
Tráfico de bestias,
perros fieles al silbido,
alistando el ladrido.
Cavernícolas,
con el hueso bajo el brazo,
derramando pena ajena,
acumulando el rencor del karma,
fastidiando al sol,
asaltando a la luna…
Apostando el orgullo y la vida
por un puñado de hijos de puta,
que convirtieron
Avenida Independencia
en callejón sin salida.
Un juego de azar,
contra el hambre de ser alguien.
Ganar el placer momentáneo,
vengarse del puto pasado
a cambio de esclavizar el alma…
Y morir detrás,
de un maldito uniforme,
una y otra vez,
cada día, cada caída.
Mil veces llorar contra el espejo,
y mil veces destrozarlo,
hasta pulverizar
el maldito recuerdo,
la promesa a ti mismo
de ser cualquier cosa
menos un traidor…
Por Christian García.
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