Esa mañana, el clima decidió sonreírle al cielo y ayudó a desahogar sus lágrimas, bien recibidas por el veraniego día y, allí va, caminando sin prisa. La calle que a diario recorría, hoy pareciera se quitó el traje del folclore citadino y regalaba un cierto aire colonial. El viento hacía silbar suavemente las hojas de los árboles, las mecía con la ternura de la madre a un crío, los charcos en el suelo reflejaban como espejos, los destellos solares que lograban traspasar la fina barrera de algodones grises y su diadema de colores, bello mural. No importaba el tiempo, saboreaba cada paso realizado con el fino mecer de la leona, con la mueca en la sonrisa que sólo portan los enamorados. Lo sabe, sintió su mordedura suave, fulminante, lo sabe esa mañana de postal, su boca, su sexo. El amor volvió a su puerta… Esta vez lo dejó pasar.
Christian García
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